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Róger Lindo

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Duke Mental empezó a pintar en forma cuando dejó atrás los Estados Unidos, hace ocho años. Para relajarse mientras le salía un trabajo

Sus primeros cuadros fueron unas mujeres con patas de rana (un homenaje a la Madre Tierra, explica). “A nadie le gustaban, pero hubo una señora de Los Ángeles que me escribió vía Facebook, sin yo tenerla de amiga. Se los di a 30 dólares, me agarró media docena. Apartámelos, me dijo, y recogé el pisto mañana en MoneyGram”.

Duke Mentalno lo creía, pensó que era una broma. Pero al día siguiente la compradora, salvadoreña de la diáspora ysu primera clienta, le envió el código para retirar el dinero. Gracias a ese capital pudo seguir pintando.

Ese momento fue decisivo además porque Mental –36 años, David Duke en el universo legal–necesitaba ganarse la vida de alguna manera. (Entre otros oficios probó el de vender carros –en las aceras deCiudad Merliot– y otra vezhaciendoauditorías de calidadpara unamaquila, lo que entre otras cosas comportaba cerciorarse de que las prendas tuvieran el número correcto de puntadas de costura).

“Ahí fue donde yo me di cuenta que el Facebook es una herramienta para que tu obra se mire en otros lados: empecé a usarlo como una herramienta para transgredir la frontera”.

Colgaba una pieza nueva, etiquetaba a sus amigos, y a otros, y uno de los resultados de esa agregación geométrica fue que alguien compraba. A lo largo de siete u ocho años ha construido una red de contactos y clientes y amigos interesados en su obra.No es infrecuente encontrarse al artista con un cilindro de cartón que tiene una cuadro,camino a la oficina de correo. Así es como su obra se va moviendo. Hasta Finlandia ha llegado.

Describe sus creaciones como “una explosión de colores, veladuras muy claras contexturas muy fuertes, a veces un poco repugnantes”.

Frente a sus cuadros, que van de lo abstracto a lo neofigurativo, la imaginación descubre o cree ver o inventa figuras, paisajes, rostros, derrumbes, estallidos, movimiento, violencia. El centro de gravedad de sus visiones puede ser un ángel, una ola, un desnudo, una paloma.

“La idea de lo que yo hago es hacer espejos. Con el tiempo me he ido dando cuenta que la gente mira cosas dentro de un cuadro, cosas que yo no he visto previamente”. Un músico amigo de él encontró trompos bailando en una pieza, una fiscal vioun muerto. Su padre, que camina con una andadera ortopédica a raíz de una operación de rodilla, descubrió la imagen de“un hombre derrotado” en otra ocasión.A los tres años, durante la guerra, jugaba a pintar con sus primos. Unos puntos en una servilleta, explicó en una ocasión a su madre, representaban los pasajeros de un avión que se había estrellado.

En los circuitos salvadoreños su obra no ha hallado buen mercado, dice.“La muerte del ángel de la vida”, un ángel vencido, boca abajo, de concepción neofigurativa no se vendió aquí, en cambio se lo quedaron en MillardSheets Art Center, en Pomona, California.

No es un pintor de escuela. Allá por 2010 tuvo el impulso de entrar a una academia de artes, pero un artista que respeta mucho, el escultor Baltazar Portillo, también autodidacta,ahora instalado en Londres, lo disuadió de ese propósito. “El miraba que mi arte era natural, era puro, y que lo que iba a hacer era contaminarlo con la escuela tradicional, dibujando ayotes y vasijas”.

Aprendió el tratamiento de las telas y los acabados de otros artistas en el zaguán de su casa en Santa Tecla. Aquí ha montado su taller, donde experimenta con las técnicas y los materiales que se avienen a lo que él quiere expresar. Su onda, dice, es combinar lo industrial y lo fino.

“El tratamiento del chilapote o chapopote, que es básicamente asfalto, lo he recontraexplorado, lo he trabajado en su máxima expresión. Quiero transgredir la técnica del oleo, del acrílico, contaminarla adrede; son técnicas que la gente las mira como santos: que se craquele el oleo con el asfalto. No se cuanto tiempo va a durar; no se si un oleo craquelado me va durar 200 años, pero la experiencia es genial, y también el resultado”.

El Salvador le ha tirado las puertas hasta ahora. Es su impresión. La posguerra, así lo ve, malcrió al país en la exclusión, en la cerrazón de los círculos de plásticos. No le ha quedado sino mirar hacia fuera, abriéndose mercado por internet, metiéndose donde no lo invitan.

David Duke se situá dentro de “una tradición que quiere romper la tradición”.

“No soy del CENAR ni tampoco de la Escuela de Artes, ni de ninguna academia privada. No tengo seno familiar artístico… Hay artistas que no me reconocen porque no tengo escuela”.

Rechaza el rol de artista lastimero, dar lástima, vender por lástima. Y ambición no le falta. “Picasso es como el que tengo que alcanzar. En un punto transforma el gusto estético: es a lo que quiero llegar algún día”.

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